Si perteneces a cualquiera de las disciplinas de las artes gráficas habrás tenido que lidiar con los diferentes medios de almacenamiento informático que nos han ido acompañando a lo largo de los años.
Son elementos de uso cotidiano que van mutando, transformando su capacidad y aumentando su velocidad de acceso. Atraen nuestra atención e interés durante sus cortos plazos de vida para luego ser borrados (¿formateados?) por completo de nuestra memoria. Se convierten en iconos durante un tiempo y trascienden a otros los ámbitos gracias a la publicidad.

Por establecer un punto de partida bien conocido empezaré por el disquete de 3.5 pulgadas. Descendiente del delicado y fino floppy disk de 5.25 pulgadas (el «cincouncuarto»). Se impuso en la cadena de la evolución de las especies gracias a su carcasa de plástico rígido y su ventanita metálica de corredera. Quien no haya destrozado un disquete de 3.5″ para ver lo que había dentro, que pare de leer esto y levante la mano.

Recuerdo las colecciones de disquetes de instalación de Microsoft Windows (sería la versión 3.1) con sus etiquetas adhesivas que en el reverso llevaban la indicación de escritura/protección al lado de la pestaña negra. Como por estos pagos somos muy folclóricos, a las computadoras las llamamos ordenadores (fina ironía) y así las unidades de disco pasaron a ser «disqueteras». Pues por la disquetera de mi ordenador Atari 1040ST pasaron unos cuantos cientos de disquetes de 3.5 pulgadas, eso sí, de doble densidad. La lujosa capacidad de 1.44 megabytes vendría poco después… uauuu, doble cara, alta densidad… aquí cabe todo.
En su momento Apple destapó la caja de los vientos con la decisión de no incorporar en sus computadoras unidad de disco de 3.5 pulgadas. Herejía, «¿qué se han creído los hippies esos de la manzana?» Los iMac se hicieron enormemente populares a pesar de no incluir unidad de disco de 3.5″ (incluso se mantienen en catálogo hoy día, aunque bastante evolucionados de su diseño inicial).

Todo eso está muy bien pero, ¿cómo llevo yo las fotos en alta resolución a la fotomecánica? Respuesta: en un cartucho SyQuest de 44 megas. Sí, 44 megabytes de capacidad en un formato que gozó de las simpatías de diseñadores, fotomecánicas e imprentas. El concepto a priori no podía ser más sencillo: meter dentro de una caja plástica un plato de disco duro con un mecanismo flotante para su lectura/escritura. Aquí la disquetera que se encargaba de leer los cartuchos era un dispositivo aparte, de color beis sucio y con un cable de datos del grosor de un meñique, funcionaban a través de un protocolo de comunicación tan errático como temperamental, el SCSI (pronúnciese «escasi»). Y así, entre idas y venidas de cartuchos y fortunas gastadas en mensajeros para enviar los materiales a tiempo para los cierres de edición nos plantamos a comienzos de los años noventa. La mejora del formato permitió doblar su capacidad hasta los 88 megas, con el siguiente desembolso en la adquisición de una nueva unidad. «Aceptamos todos los formatos removibles» pregonaban muchas fotomecánicas en sus publicidades… lo mejor estaba por llegar. Siguiendo nuestra tendencia natural al folclore, tradujimos removable (extraíble) por «removible» y ya quedó bautizado de por vida el medio: cartuchos removibles.

Después de remover y remover los casi 400 gramos de peso de un cartucho SyQuest la fórmula quedó obsoleta y murió a manos de una nueva tecnología de almacenamiento: los cartuchos magneto-ópticos. Del tamaño de un disquete de 3.5 pulgadas y el doble de espesor, guardaban en su interior un pequeño disco de superficie reflectante, muy similar a la de un disco compacto al uso. Permitían la lectura y grabación de datos a mayor velocidad que los SyQuest y la capacidad de partida, 128 megabytes, hizo que la industria se decantara por ellos. Se reencarnaron en varias ocasiones, desde los 128 megabytes iniciales, pasando por 230 y 640 megabytes de capacidad. Fujitsu fue la marca que llevó la batuta en el desarrollo de estos mecanismos de almacenamiento. Sony también entró en juego de la tecnología magneto-óptica con unidades compatibles. A pesar de la repentina desaparición del mercado de consumo de este formato, tanto Fujitsu como Sony evolucionaron el diseño hasta llegar a más de dos gigabytes en discos de 130mm de diámetro.

El siguiente pez grande en comerse al chico fue una empresa que entró en el mercado del almacenamiento como un elefante en una cacharrería. Con un nombre tan apropiado como Iomega, esta empresa logró aglutinar muchas las ventajas del almacenamiento externo. Una unidad pequeña y ligera, de color azul oscuro y con la fuente de alimentación externa. Disponible en dos protocolos de almacenamiento, SCSI y paralelo. Debutar con un nombre de formato tan contundente y apropiado como ZIP hacía presagiar el éxito que sobrevino después. Arrinconados y apilados los antiguos mamotretos de almacenamiento, los ZIP se convirtieron en la moneda de cambio habitual en todos los departamentos gráficos. 100 megas almacenados en un disco que físicamente recuerda a los primigenios de 3.5″. En muchos servicios de filmación los montones de cartuchos ZIP multicolor amenazaban con enterrar las mesas de trabajo. Nadie sabía con exactitud de dónde salían todos esos cartuchos… de la misma forma que un día comenzaron a desaparecer y jamás se supo.

Iomega también pasó por su «actualización dos punto cero» con una unidad de 250 megas y un hermano mayor llamado Jaz que ponía el listón en un gigabyte. Recuerdo que los cartuchos ZIP tendían a morir en medio de un sobrecogedor «click-click-click» que era presagio de una pérdida de datos importante. Del mismo modo que para forzar la expulsión de cartuchos díscolos había que recurrir a meter un clip de oficina convenientemente enderezado en un agujero de expulsión por las bravas. Paradójicamente Iomega sigue fabricando hoy en día su unidad ZIP en capacidades de 100, 250 y 750 megabytes a través de USB.

Paralelamente a todos estos dispositivos se fue abaratando y popularizando la grabación sobre CD-ROM. No es que fuera una tecnología realmente nueva, pero estaba reservada a unos pocos. Su uso estaba ligado al concepto de «masterización», a la publicación de unidades costosas que después servirían como copias maestras en la duplicación industrial. Todavía conservo el CD-ROM con el primer backup que hice del disco duro de mi Mac (que por entonces era un Quadra 750). Tuve que llevar el disco duro previamente defragmentado y optimizado bajo el brazo a un servicio de duplicación. Ahora grabamos DVD de doble capa y BlueRay con toda normalidad, y de vez en cuando los gurús de la tecnología hablan de la vida media de este formato y su conservación en el tiempo no parece ser la idónea.

Y nuestro amigo el disco duro ha permanecido casi insensible a todo el ruido de formatos que ha habido en el exterior. Atornillados en las tripas de nuestros ordenadores tenemos discos duros más grandes, más rápidos y más baratos. Siguen siendo los reyes indiscutibles del almacenamiento y no parece que nada vaya a cambiar esa tendencia. Con la necesidad de almacenar cada vez más datos y de mayor capacidad, los discos duros han entrado de lleno en la categoría de consumibles; lo lleno y compro otro.

Pero la necesidad de transportar y compartir gran cantidad de datos de forma rápida, si puede ser en un bolsillo, ocasiona que los fabricantes empleen tecnologías existentes como el USB y las combinen con memorias no volátiles para crear diminutos dispositivos de almacenamiento que están por todas partes. Doblan su capacidad cada mes y los precios los hacen productos de consumo masivo. Pinchos, lapiceros, pendrives, chupetes, pintalabios… no hay denominación fija para un elemento que se cuelga en los llaveros y transporta unos cuantos gigabytes de forma cómoda. El diseño industrial se ha encargado de imaginar mil y una formas para estos dispositivos. Se ha instaurado el gesto de llevarse la mano al bolsillo para sacar el pincho USB y decir con suficiencia: «Toma, grábamelo aquí»

Estado sólido. Es lo que se lleva ahora. Vuela, es muy caro, no se calienta, no tiene partes móviles, escuchas en los foros y webs tecnológicas. Si se terminan haciendo equiparables en capacidad y precio con sus hermanos «duros» habremos avanzado, pero eso no parece muy cercano en el tiempo.

¿Y ahora qué?