Voy a decir una burrada: la idea de internet ha existido siempre. Me explico. Cada una de las motivaciones iniciales de la gran red de redes tuvo su germen previo bajo otras formas. El afán de colaboración, la compartición de experiencias y conocimientos, la socialización y demás encontraron sus respectivas vías tiempo atrás.
La publicación de contenidos especializados, que es una de las que más me ha interesado desde niño, tuvo una época de esplendor y una forma gráfica especial: el fanzine. Hasta el término pronunciado en castellano fancín evoca especialización, pertenencia a un grupo exclusivo, distinción de la masa en definitiva.
Si me pusiera académico, supongo que tendría que citar a Xerox como responsable de la aparición de las fotocopiadoras de acceso masivo, y a partir de ahí la posibilidad de publicar contenidos de forma autosuficiente. Máquina de escribir (y no siempre), corta, pega, fotocopia, grapa y listo.

Paradójicamente, internet ha servido para publicar (de nuevo) los contenidos de muchos fanzines. Algunos de esos contenidos son oro molido, porque proceden de la especialización más absoluta y el fanatismo más auténtico.
El mundo del diseño, obligado a beber de todas las fuentes, también ha tenido en los fanzines una fuente de inspiración jugosa.