Hay un tema en la confección de los libros del que no se suele hablar a menudo: la manejabilidad. Cuando extraemos un libro de una estantería o expositor, comienza una serie de gestos mecánicos que se suceden sin que nosotros seamos completamente conscientes. Del diseño exterior, la facilidad de lectura, la maquetación, tipo de papel, incluso su olor, dependerá que la experiencia nos sea más o menos agradable.
Empezando por la forma de sujetar un libro. La mayoría de la gente, mejor dicho, la mayoría de los diestros dejan pasar las páginas situando el pulgar de la mano derecha en el canto del libro. Cuando nos decidimos a abrirlo por determinada página el pulgar suele quedar situado en el tercio inferior de la misma.
Los libros denominados «de bolsillo» (¿quién consigue meter esos libros en un bolsillo…?) suelen pecar de tener márgenes exteriores e interiores bastante escasos por usar una caja de texto de excesiva anchura. Esto ocasiona un problema de legibilidad, puesto que los pulgares de ambas manos tapan parte del texto, obligando a cambiar de postura cada cierto tiempo.
En la segunda foto podemos apreciar las zonas de texto que quedan tapadas por los dedos.
Si el margen interior es escaso, tendemos a forzar la apertura del libro para acceder con claridad a las partes interiores de texto. Esto es especialmente problemático con las encuadernaciones no cosidas o engomadas, pues tienden a desencuadernarse con facilidad. Por otro lado, los libros pequeños que se pueden sujetar con una mano también necesitan tener un margen superior suficiente para que los dedos situados en el eje no entorpezcan la lectura.
Las sobrecubiertas se han impuesto en el mundo editorial. Todos los best sellers vienen envueltos en este elemento de papel de alto gramaje, brillante y a normalmente llamativo. No tengo nada en contra de las sobrecubiertas, excepto que estén mal dimensionadas o ajustadas y la lectura del libro se convierta en una lucha constante con las solapas que se salen o se descuadran constantemente. Las sobrecubiertas suelen esconder unas tapas espartanas, una encuadernación de circunstancias y, afortunadamente, la mínima información de título, autor y editorial. Si optas por tirar la sobrecubierta a la basura, consigues un libro que colocado en la estantería parece un pollo desplumado en comparación con los demás.
Libro con sobrecubierta (izquierda) y sin ella (derecha)… vaya diferencia
Salud y buena lectura.
A mi las sobrecubiertas me dan por cul…. por esos motivos que mencionas. Cuando era más joven -aun lo soy-, no se me pasaba por la cabeza el apartar la sobrecubierta porque como bien dices, era como quitarle la piel al libro. Parte del juego era encontrar el momento capturado en la imagen de la susodicha sobrecubierta. Cuando harto de estropear estas cubiertas por su mal ajueste, o por que se resbalaran, ya habían pasado unos pocos años.
El ritual de la lectura de un libro es personal. A mi me molesta bastante algunos olores que desprenden los libros -por el papel utilizado o por la tinta-. Sobremanera, el olor a «cigarro-puro». Yo leo en la cama y no he sido consciente de como manejo el libro excepto que lo apoyo en el pecho y paso las paginas con el pulgar de la izquierda, enganchandolas por el canto.
De todas formas y para acabar, ahora descubro cierto placer en desnudar un libro de su sobrecubierta para ver como lo vistieron por dentro. Es como la ropa interior…bueno, esto en otra ocasión.
Un abrazo