Ilustración: David Gutiérrez

Lo reconozco, soy de la vieja escuela binaria. Significa que he usado programas de diseño y composición cuando iban por sus primeras versiones, se instalaban desde uno o varios disquetes de 3,5″ y el concepto modular se usaba sólo en el mundo del mueble.
He conocido los dos frentes de batalla del maquetador: el que recibe los trabajos de fuera y debe respetar un flujo de trabajo establecido, y el que puede elegir libremente la herramienta a utilizar. En ambos casos las costumbres hacen leyes. La evolución de los programas sigue un camino intrincado que muy pocos pueden o saben predecir. No entraré a valorar estrategias comerciales –que inventen ellos– opto por la aproximación ingenua.

La perspectiva del tiempo me hace valorar el mérito de QuarkXpress: ser capaces de convertirse en la herramienta estándar de todos los profesionales de la industria gráfica es para quitarse el sombrero. Dicho así quizá suene demasiado poderoso. Pero no lo es tanto, sólo hay que rebobinar 15 años y recordar lo que teníamos instalado en nuestros ordenadores: Quark presentaba la revolucionaria versión 3. Freehand también iba por la versión 3, Aldus se había eliminado de su nombre y un flamante Macromedia lucía en su lugar. Pagemaker era el programa de los guerrilleros orgullosos de la superioridad de su minoría. Illustrator era ese programa raro que se usaba sobre todo en EE.UU. y que generaba esos degradados tan sorprendentes como incompatibles con gran parte de hardware de impresión…

Eran tiempos en los que la tipografía digital era propensa a rotura provocando que los sistemas operativos al uso tuvieran un comportamiento errático, por no decir irritante: «No me has enviado el fichero de impresora, sólo tengo el de pantalla», «Me sale la Courier en lugar de la que has puesto», «¿Postscript Tipo 1 o TrueType?»
Asumíamos las limitaciones del software como las reglas del juego. Algunos soñaban con transparencias, otros con máscaras de texto, otros con trabajo por capas flexibles, otros con un manejo tipográfico versátil y potente, otros con la posibilidad de editar las imágenes desde el propio programa de maquetación. Hoy se asumen todas esas prestaciones, pero imaginarlas… todos sabemos lo que queremos cuando nos lo ponen delante de las narices.

En un tiempo en el que el concepto de e-learning no existía, las publicaciones en papel tuvieron una gran importancia, editándose las primeras «biblias de…» que después se han hecho tan populares. En ese sentido, los maquetadores y diseñadores hispanohablantes somos deudores del encomiable trabajo que realizó en su día la extinta editorial Página Uno, traduciendo y publicando algunos de los manuales editoriales de autoedición más nutritivos. Desde aquí mi agradecimiento.

Contra la resignada frase de «Quark es el mejor porque es el único» Adobe se puso manos a la obra para acabar con el tópico. Y con el cambio de siglo vimos nacer InDesign, acertado nombre para el que acabaría siendo la peor pesadilla de Quark. Lo raro es que no lo hicieran antes, ya que tenían todos los ingredientes necesarios:

– Ellos inventaron el Postscript, el verdadero esperanto de la descripción de página.
– También inventaron el PDF y lo evolucionaron hasta convertirlo en el estándar de facto en el mundo gráfico.
– Y lo que es más importante, la comunidad mundial de maquetadores tenía la esperanza de escapar de la hegemonía –¿tiránica?– de QuarkXpress en el sector.

David venció a Goliath, muchos fuimos los que abrazamos la nueva alternativa como herramienta base de creación de páginas. Todos los servicios gráficos que consulto confirman mis sospechas: Quark tiene una base instalada de usuarios que, bien por inercia, bien por garantía de compatibilidad, siguen usándolo de forma regular. No en vano hemos visto recientemente cómo la versión 8 hacía un esfuerzo considerable por estar a la altura del listón impuesto por su rival. Pero entre los más jóvenes o llegados de otras disciplinas, InDesign es la elección mayoritaria.

Me gustaría pensar que la mejora de la herramientas produce mejores resultados, pero no siempre es cierto. Seguimos viendo titulares con enguionados estridentes, interletrados ilegibles, viudas y huérfanos por doquier, márgenes casi inexistentes, falsas versalitas y un chorro inagotable de fealdades gráficas que delatan un mal uso de los poderosos programas de composición de páginas.

Y si las diferencias entre maquetadores por la herramienta definitiva ha hecho correr ríos de tinta, no es nada en comparación con la que mantienen los diseñadores, mucho más ruidosos a la hora de airear sus opiniones. Estamos asistiendo a los últimos coletazos del enfrentamiento Freehand-Illustrator. No hay mejor estrategia comercial que fagocitar al enemigo para vencerlo. De momento está siendo una muerte lenta… pero eso es otra guerra.