Hola, solo voy a necesitar diez minutos de tu tiempo. Un par de ellos para la preparación previa y el resto para leer este artículo.

Es muy probable que en el lugar donde estés leyendo esto haya libros. Más aún, si estás en territorio conocido o «juegas en casa» tendrás cerca algún tipo de estantería o mueble con libros. Echa un vistazo reposado por alguno de los lomos de esos libros. Detente en alguno que te resulte especialmente agradable. Seguro que recuerdas cómo llegó a ti, dónde lo compraste, quién te lo regaló, quién te lo prestó y olvidaste devolver (porque lo olvidaste… ¿verdad?). Seguro que en cuestión de segundos has conseguido reunir una cantidad importante de información. Y todavía no has llegado a tocar ese contenedor que es el libro. 

Si entramos en el terreno de lo táctil la información sigue creciendo: ¿Es un libro con tapa dura? ¿El papel ha amarilleado? ¿Usaste como marcapáginas apresurado ese billete de transporte o ese tique de supermercado? ¿Te ha sorprendido comprobar el número de páginas que tiene? Completo la fase sensorial preguntándote si ha crujido al abrirlo o si te lo has llevado a la cara cerrando los ojos e intentando recuperar el recuerdo del olor tan peculiar que componen la tinta y el papel.

No hay muchos más objetos que consigan comprimir tanta información como los libros. Y ya veis que no hablo exclusivamente del contenido. De la misma forma que el tiempo y la erosión consiguen que una piedra se convierta en un canto rodado el libro ha llegado a construirse tal cual es gracias a siglos de pulido.

Nada en su confección es azaroso o gratuito. Es más, se trata de un producto en cuya fabricación se conjugan la tradición artesanal más física con la tecnología más precisa. No arquees las cejas como si estuviera teniendo un ataque agudo de romanticismo. ¿Acaso no es importante que la guillotina que corta el papel esté bien afilada para que no queden estrías en los cantos? ¿Que el hilo que cose los cuadernillos no esté bien encerado para que la costura sea suave y fluida? ¿Que la tinta tenga la densidad adecuada para que la página no quede lavada ni repintada?

A ese nivel de excelencia no se llega por casualidad. El proceso se ha ido puliendo como el río pule las aristas de las piedras que hay en su lecho. Todo lo que no sea repetible, económico y eficiente queda fuera del proceso. Por eso somos capaces de fabricar un objeto que comprime mucha más información que la que nos cuentan las letras de sus páginas. Porque mientras unos afilaban las cuchillas y otros enceraban el hilo, en algún lugar unos editores seleccionaban con audacia y buen oficio los textos de los autores a publicar. Unos traductores obraban el milagro de que esos textos se entiendan en otras partes del planeta. Unos correctores se esmeraban en que esos mismos textos estuvieran relucientes y limpios de errores. Unos maquetadores (en horas intempestivas) colocaban pulcramente las palabras en la página para que el lector no note nada raro y las dioptrías se queden donde están. Los fotógrafos e ilustradores también nos saludan desde el banquillo esperando su turno para enriquecer visualmente la información textual. Y unos impresores y encuadernadores han empaquetado todos esos ceros y unos para que luzcan bien bonitos en el mundo tangible.

Todo eso ha pasado secuencialmente hasta llegar al objeto que ahora tienes a la vista o entre las manos. ¿No es maravilloso?

Ya sé que estás leyendo esto en una pantalla. Un dispositivo digital que reconstruye la experiencia de la lectura con un grado de fidelidad extraordinario. Tanto, que por derecho propio la pantalla tiene un merecido lugar junto al papel, no detrás de él. Pero si vuelves a levantar la vista y la posas sobre esa balda de libros de la que te hablaba en un principio, serás consciente del color, forma y volumen de esas piezas de información, comprobarás que el saber sí ocupa lugar. Yo, sinceramente, no sé cuánta memoria le queda al disco duro sobre el que escribo estas líneas, ni cuántos documentos de texto hay aquí almacenados. Y ahora que han concluido los diez minutos que te solicitaba al principio: ¿no te apetece abrir alguno de esos libros que tienes al alcance?