Una de las ventajas de que la tipografía esté de moda es que empieza a ser visible al gran público como asignatura, como materia que se enseña y se estudia, con personas cuyo trabajo es diseñar alfabetos. Y si las letras son el vehículo del lenguaje escrito, la tipografía es el tono. De la misma forma que no es apropiado acudir a un entierro en chanclas tampoco lo es componer una esquela usando una tipografía festiva.

Cuando Vincent Connare diseñó en 1994 la Comic Sans difícilmente podía imaginar la que se le venía encima: Microsoft decidió incluirla entre las fuentes que Windows traía por defecto. De golpe y porrazo estaba disponible en un menú desplegable accesible por millones de personas en todo el mundo. El resto es historia y está ampliamente documentada. Se trata del caso más paradigmático de una tipografía diseñada con un propósito y utilizada torpemente hasta la saciedad.

¿Porqué nos sigue pareciendo actual la Didot (¡diseñada en 1784!) y por contra la Hobo hoy se ve rancia, propia de octavillas de «Se hacen mudanzas» de los años noventa?. La Didot es a la tipografía lo que la chaqueta Chanel a la moda: valores seguros. Diseños que se han afianzado superando la durísima prueba del tiempo. En su día fueron propuestas transgresoras, sus autores pasaron por rupturistas, pero hoy nadie discute la sobriedad y elegancia de un título bien compuesto en Didot.

Siguiendo con el símil de la moda, la Helvetica son los pantalones vaqueros de la tipografía. Vale para todo, hasta el punto de acuñar el mantra en caso de duda, utiliza Helvetica. Pero entre el público general es más conocida su hermana bastarda: la Arial. Un equipo de diez personas liderado por Robin Nicholas y Patricia Saunders diseñó en 1982 una tipografía que clonaba los rasgos de la Helvetica ahorrándose pasar por caja y pagar costosas licencias. Y de nuevo Microsoft a escena: la Arial se incluyó por primera vez en la versión 3.1 de Windows y ahí al estrellato. En su día diseñé un Carnet de detective tipográfico con fichas coleccionables para distinguir familias con parecidos razonables. Como no podía ser de otra manera la ficha número uno estaba dedicada al affair Arial-Helvetica:

Por poner un ejemplo reciente, Tobias Freere-Jones diseñó en el año 2000 la superfamilia Gotham, una tipografía de palo seco, muy geométrica y con una alta legibilidad. Celebérrima por ser la elegida para la campaña presidencial de Barack Obama en el 2008 o para carteles de películas como Gran Torino, de Clint Eastwood. ¿Resistirá la Gotham el paso del tiempo como lo ha hecho la Helvetica durante cuarenta años? ¿O nos parecerá un producto de su época, exhausta por haberse utilizado en todas partes? Difícil adivinarlo.

Por último un ejemplo cuestionado incluso antes de nacer. Apple diseñó en 2014 la tipografía San Francisco (la primera en veinte años de sequía) para implantar en el sistema operativo El Capitan con variantes para sus dispositivos móviles. Que si el gancho de la «r»… o la panza de la «a»… fue divertido comprobar cómo la presencia de la San Francisco en los iPhones convirtió en tipógrafo hasta al charcutero de la esquina. Diseñar la tipografía de un sistema operativo que usan a diario millones de personas –y de una marca permanentemente en el punto de mira– es un encargo envenenado, incluso para los masters del universo tipográfico.